Nuestras batallas son verbales. Nuestras armas, sofisticadas palabras.
Lanzamos como dagas frases de impecable construcción, y nos defendemos con argumentos dignos de premio de academia.
Dominamos el arte de la comunicación. Sabemos leernos los gestos, y accedemos a profundos secretos con tan solo una mirada. Cruel agudeza cuando se usa en la guerra.
La guerra moderna que se disfraza de diálogo.
Violencias invisibles que se hacen pasar por ecuanimidad y diplomacia.
Cuando el intelecto ha tomado el mando y las emociones desbocadas llevan el timón, cuando las defensas levantan muros intraspasables, y la sed de victoria endurece la mirada,
La conversación se hace inútil y la vía del consenso es una trampa.
Calla, nos dice el corazón.
Silencio.
Hay otra vía, lejos de los entramados de las rutas mentales y los impulsos emocionales que imponen su voluntad.
Un desvío que esquiva los territorios de las luchas despiadadas.
Un atajo que se revela en el dulce contacto de la piel y en el encuentro de las miradas que se desnudan cuando se sostienen en el tiempo.
Entonces el sonido de los latidos aparece. Ese lenguaje que unifica nos recuerda quienes somos. Quienes somos de verdad y que nos ha hecho encontrarnos.
Ya no hacen falta conclusiones, ni justicia, ni una lista de acuerdos que probablemente se incumplirán. Sobran las promesas de mejora y la necesidad de excusarse se diluye en el espacio. Nadie tiene la razón, nadie tiene la culpa. Si acaso brota algún "lo siento", que reconoce la humanidad compartida.
Recuerden esta vía. Nos dice el corazón.
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