Hasta el &%#@ de adaptarme
- Ana Maria Constain
- 17 abr
- 5 Min. de lectura
Crecí con la idea de que adaptarse es un signo de inteligencia. De que las especies que se adaptan son las que sobreviven.
Quizá.
Pero el asunto es que ahora comprendo que yo sobrevivir, no quiero.
Yo quiero vivir.
Y para vivir hay que desadaptarse de una sociedad que está enferma.
Digo enferma, sin pretender que la enfermedad se lleve una mala fama. Porque en últimas la enfermedad nos ha salvado. Nos muestra con precisión que no podemos seguirnos adaptando. Otra cosa es que ignoremos todas las señales e insistamos en silenciar los síntomas a punta de pastillas y modernos tratamientos.
Tal vez nací para ser una desadaptada y con el tiempo me he ido dando cuenta. Lo he ido aceptando poco a poco.
Pero sobretodo lo he ido prefiriendo, una vez he tenido espacio para sentir el alto costo que ha implicado querer enmascarar eso que soy.
Adaptarme ha significado enfrentarme cada día al espejo, desde que tengo memoria, intentando arreglar o disimular algo, porque no importa cómo me vea, por supuesto hay algo que aún tiene que cambiar y mejorar. Viendo esa imagen, muchas veces con desprecio, porque algo no se parece a lo que debería parecerse. Siempre algo muy gordo, muy blanco, muy fofo, muy despeinado, muy desproporcionado, muy desacomodado, muy torcido, muy manchado, muy arrugado, muy caído, muy descuidado, muy poco femenino, muy algo…
Ha significado acabar, irremediablemente, hecha bolita en algún baño, rincón o cuarto— para no molestar a nadie—sumida en un colapso que no le desearía ni a mi peor enemigo. Por lo general tras forzarme a estar en esa reunión social obligada, porque, ¿qué te cuesta?
Llorando sin poderlo controlar, con pensamientos intrusivos que sé no son solo míos, saturada de estímulos y emociones. Mi sistema nervioso, como si estuviera hecho de cables pelados, y un dolor en el pecho que me oprime la respiración. Pensando que ahora sí es momento de hacer algo más contundente, porque estoy rota, dañada, una loca sin diagnóstico que se niega a ver su realidad.
Ha significado callar muchas cosas porque son verdades incómodas: incomprensibles, aburridas, absurdas, ilógicas. Porque, ¿por qué tan profunda? ¿Por qué tan sabionda? ¿Tan arrogante? Porque se burlan. Porque lo que sale de mi boca no encaja en los esquemas de una realidad estrecha.
Callar y, mejor, sonreír. Aprender el guion admisible para participar en la conversación. Tener una lista de temas posibles que garanticen “la buena convivencia”.
Ha significado reprimir mi deseo, y hacer de la culpa una fiel compañera que aparece por pensamiento, palabra, obra u omisión.
Ha significado patrocinar la corrupción, porque “hay que jugar el juego”. Resignarme a que hay una maquinaria de la cual no puedo escapar, y entregando el poder y soberanía a cambio de una falsa seguridad.
Ha sido invertir incontables horas estudiando cosas en las que no creo, solo para obtener el cartón que, supuestamente, me garantizará el sustento.
Explotarme a mí misma en busca de una supuesta libertad financiera.
Sufrir por ser rechazada, por no ser elegida, por no ser invitada, reconocida o tenida en cuenta, creyendo que hay algo muy mal en mí. Y todo debido a una falsa idea inculcada de que pertenecer es lo mismo que ser siempre incluidos. Idea, o más bien ideología que permite que la exclusión se convierta en una forma de manipulación y poder.
Adaptarme ha significado ser leal con los demás por encima de la lealtad hacia mí misma, con la esperanza de no ser abandonada a mi suerte.
Desconectarme de mi cuerpo y refugiarme en mi mente para sobrellevar el día a día en un mundo que ha perdido la sensibilidad.
Ha significado mentirme y reescribir mis propias verdades. Desconfiar de mis intuiciones que han tachado de paranoia. Convencerme de que soy ingenua por creer en un mundo posible sin violencia, y que esa comunidad que aparece en mis visiones no es más que un mecanismo de defensa de mi psique para sobrellevar el trauma.
Ha significado pasar incontables horas encerrada en instituciones que, bajo la excusa de la mejora, me evaluaron, impusieron ritmos, horarios y calendarios, y promovieron el maltrato, la burla y la humillación como métodos aceptables de enseñanza, o más bien, de control.
Ha significado aliarme con quienes creen que hay más diagnósticos que personas y que anestesiar los sentires es una noble causa para quienes no pueden adaptarse a la realidad.
Ha significado creer que hay unas formas correctas y unas incorrectas de ser familia, mujer, madre, esposa, amiga, hija, hermana, persona y por lo tanto aceptar castigos, o castigarme a mí misma cuando me he alejado de los estándares. Y también aceptar sin rechistar opiniones no pedidas, diagnósticos hechos a mis espaldas basados en mis textos, comentarios malintencionados, actos hostiles y envidiosos, todo con tal de protegerme de discusiones violentas y evitar el juicio de ser considerada terca, incoherente o incapaz de "ver mi sombra".
Ha significado creer, cada día desde que me convertí en madre, que estoy haciendo algo mal. A veces, incluso creyendo que mis hijas estarían mejor con alguien más, porque no me siento capaz de enseñarles lo necesario para adaptarse a este mundo.
Porque así son las cosas. Hay que jugar el juego. Hacérnosla fácil, porque ir contra la corriente agota y resulta peligroso.
Pero no.
Agota más intentar cada día ser alguien que no se es. Es más peligroso vivir en la asfixia de tantas armaduras y máscaras. Más difícil es el esfuerzo de imitar, pretender, ocultar y reprimir.
Es mentira que tengamos que ir contra la corriente.
Más bien, se trata de salir de una corriente que creemos única y que nos ha arrastrado sin que nos demos cuenta. Nos hemos convertido en parte de ella.
Tememos hundirnos y tocar fondo, ser expulsados hacia la orilla y quedar por fuera, o perdernos por rutas inexploradas. Tantas cosas... Pero lo cierto es que salir de la corriente ha sido una de las mejores decisiones que he tomado. Aunque a veces me arrastra de nuevo, ya encontré la salida de emergencia.
Yo, ya no me quiero adaptar.
Prefiero crear.
Participar, experimentar, ensayar, inventar, explorar, probar.
Transformar, con la conciencia de que existen infinitas formas posibles.
Jugar juegos que me gusten.
Comprender que el contacto y la retirada son parte de mi juego, y que pertenezco a la vida misma, donde el amor es inagotable e incondicional por naturaleza.
No hay cómo quedar por fuera, pero no necesitamos estar siempre juntos en todo.
Es imposible ser excluidos del amor, porque el amor no es algo externo que alguien deba darnos. Pero sí podemos cerrarnos al amor y sentirnos desolados.
Hay un mundo posible que ahora sé es tan real como muchos otros. Uno que yo ahora sé que vine a cocrear con quienes tengan ganas.
Estoy hasta el &%#@ de adaptarme, y lo cierto es que es innecesario.

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