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Foto del escritorAna Maria Constain

EGOISMO

He sido egoísta por mucho tiempo.

He aniquilado mis deseos y anhelos para darle prioridad a cosas más importantes, he callado mi voz en pro de la buena convivencia, he soportado situaciones que me hacen daño porque adaptarse es parte fundamental de vivir en comunidad. He aceptado maltratos, de varias índoles y grados, y he sonreído en miles de fotos, ocultando verdades incómodas. He dicho síes, que me han resultado en ataques de pánico y noches de insomnio, y noes que me han robado lágrimas inoportunas. He pospuesto sueños que no caben en los planes compartidos, y he cedido territorios físicos y existenciales en pro de la paz mundial. Más de una vez, me he quedado más de la cuenta, y otras tantas me he ido demasiado pronto. He guardado la compostura. Me he puesto las prendas correctas. He dicho las frases oportunas. He sido la ciudadana modelo.


He sido buena.


Por eso mismo he sido terriblemente ego-ísta.

He actuado desde el ego.

He dejado que sea mi personaje favorito quién tome las decisiones y salga a lucirse para recibir todos los halagos y recompensas.

¡Qué buena es! ¡Qué considerada! Qué amable, que dispuesta. Tan generosa. Tan conciliadora. Qué gran miembro de familia. La mejor mamá. Tremenda hija. Amorosa. Empática. Siempre tan disponible. Que bien nos hace sentir. Que afortunada su familia.


Dejar de ser egoísta, es atreverse a Ser. Despegarse la máscara y dejarse ver. Enfrentando el terror a la muerte de quién hemos creído que somos. Atravesando ese vacío de sentir que nos diluimos y que dejaremos de existir, si no en el mundo, al menos sí para las personas que nos importan. Soportar ese dolor de sentirnos abandonados, solos, desterrados y expulsados a la tierra del desamor y del olvido.


La buena noticia es que es un dolor que dura apenas un instante. Si, es verdad que a veces puede parecer un eterno instante. Pero es solo un instante. El instante que toma darse cuenta de la ilusión en la que hemos vivido, creyendo que lo que hacemos es lo que nos ha garantizado el amor, el éxito, la paz, el gozo y tantas otras cosas que buscamos con desesperación. Pero nunca fue lo que hicimos. Nada ha sido un premio a nuestro buen desempeño. Todo ha estado siempre dentro de nosotros y es de libre acceso.


Lo cierto es que pasada la incomodidad de los egos pataletudos, cuando alguien se atreve a quitarse su disfraz, es que hay un espíritu de libertad que se contagia. Una celebración de seres auténticos que saben que pueden estar desnudos, o también jugar con los distintos personajes disponibles. Intercambiando papeles, como bien saben los niños y las niñas que con facilidad pasan de mamá, a perro, a policía y profesor, en una sola tarde de juegos.


A nadie le sirve que nos olvidemos de nosotros mismos. Tarde o temprano el resentimiento y la amargura se van instalando en el corazón. Nos secamos y dejamos de ser tierra fértil. Nos blindamos. Nos convertimos en personajes desalmados, de ojos huecos y movimientos mecánicos que bien pueden ser convenientes, a veces, pero nada inspiradores.


Yo, no quiero ser conveniente. Ni quiero más medallas de mérito.


A la buena, la dejo en el viejo baúl de los disfraces. No voy a negarle que hemos tenido grandes aventuras.


Egoísta, seguiré siendo a veces, sin duda.

Ojalá cada vez más por elección y no porque el olvido de quién soy vuelva a posar su sombra.





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