Muchas enseñanzas señalan al corazón.
El corazón, cuyos latidos son la primera señal de vida del embrión que apenas empieza a formarse.
Incansablemente, marca un ritmo, igual para todos los humanos.
Un lenguaje universal.
El corazón, es realmente quién tiene el mando. Es capaz de recibir toda la información del cuerpo, emociones, pensamientos, alma, entorno, cosmos y transmitirle al cerebro la mejor respuesta posible para cada instante. Sabe con precisión mantener el equilibrio. Es un perfecto director de la sinfonía que somos.
Eso, si se lo permitimos.
Porque desde hace muchos años, el mando lo ha tenido el cerebro. Primero el más primitivo, y luego el emocional, y el racional, cada uno con sus grandes dones y aportes, pero incapaces de sintonizarse en coherencia.
Cada parte convencida de tener la razón, lucha por hacer bien su trabajo, emitiendo sus impulsos, sus opiniones o sus argumentos intempestivamente, dejándonos en una gran confusión. Creando separación, lucha y competencia.
El corazón, de naturaleza compasiva y amorosa, no interviene. No le interesan las batallas. No juzga. Respeta cada paso que tengamos que transitar en nuestra evolución. Contempla esos juegos que nos inventamos. Hace su parte, silenciosamente, pero no interfiere en nuestras elecciones.
Ese es el gran secreto.
Es el corazón nuestro gran maestro. Nuestro sabio interior. Nuestra conexión con el todo. El lugar en donde ocurre la magia y en donde se resuelven todos los misterios.
Es hora de jugar el juego en el que el tenga el mando. Entregarle voluntariamente la batuta, y rendirnos a su poder. En su reinado no existe el sometimiento. Solo la soberanía.
Su bondad es infinita. Bajo su liderazgo todas las partes son incluidas y tienen una voz. Las acciones que surgen de su inteligencia, están alineadas con un plan divino.
El corazón es absolutamente confiable.
Y está claro que por estos días es fundamental tener un líder en el que podamos confiar.
Dejemos que el corazón nos lidere.
Llevemos nuestra atención y conciencia a ese centro cardiaco y pongamos nuestra voluntad en aprender su lenguaje. Relajémonos en su música. Resguardémonos en su refugio. Permitamos que su sabiduría se revele en la presencia del silencio.
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