Estamos convencidos de que elegimos. Pero, ¿quién elige?
Eligen nuestras defensas, aquellas que hemos ido construyendo para sobrevivir.
Eligen nuestras emociones que reaccionan a situaciones que nuestra mente interpreta como amenazantes.
Eligen nuestras creencias que tenemos programadas y crean una perspectiva limitada de la realidad.
Eligen nuestras memorias celulares, que guardan información de traumas propios y colectivos.
Elige todo un sistema, en su mayoría inconsciente, que responde a estímulos e información de manera automática.
Elegimos, si, pero no tan libremente como queremos creer. Nuestra mente selecciona los argumentos que nos permitan sentir una mínima coherencia. Filtramos la información que nos hace sentido. Descartamos aquello que nos genera conflicto interno. Armamos el relato que nos ayude a sostener la realidad en la que creemos y en la nos apoyamos para entender nuestra existencia.
Somos susceptibles a todo tipo de manipulaciones y estrategias. Por eso el marketing funciona. Creemos que elegimos, pero nuestras elecciones muchas veces han sido previamente hechas por alguien más, y poco a poco con gran destreza nos han llevado a creer que han sido nuestras. Casi que peor a que decidan por nosotros. Es una falsa idea de libertad, en la que estamos convencidos de tener un poder inexistente. Somos marionetas con hilos invisibles. Defendemos esta supuesta posibilidad de elección a capa y espada. Defendemos un sistema en el que jugamos a ser autónomos, pero no somos más que fichas en un tablero ajeno que ni siquiera podemos ver.
¿Y entonces?
La soberanía empieza por reconocer nuestra poca posibilidad de elección en este sistema del que somos parte. Por renunciar a la idea de que a punta de pensamiento y estudio, podremos tomar mejores decisiones. Por despertar de la ilusión de que conocemos la realidad y sabernos parte de algo tan grande y misterioso, que nuestra mente humana no puede abarcar.
¡Hay tanto que no sabemos, tanta información a la que no podemos acceder con nuestra mente y conciencia ordinarias!
Podemos reconocer nuestra pequeñez, nuestra vulnerabilidad, lo influenciables que somos, lo poco que sabemos aún cuando creemos saber mucho. Podemos recordar que nuestro inconsciente supera con creces aquello que tenemos en la consciencia, y renunciar a controlar ese torrente subterráneo que nos influye mucho más de lo que quisiéramos. Podemos empezar a ver que hemos entregado el poder, y que seguimos en la ilusión de la llegada de algún salvador o salvadora, a quién ponemos diferentes nombres, cargos y roles, pero a fin de cuentas es el mismo anhelo de que alguien ponga al fin orden y nos lleve por la ruta correcta.
Ver, al menos como punto de partida, que seguimos repitiendo lo mismo una y otra vez, y que seguimos indignándonos, y señalándonos, y dividiéndonos entre los malos y buenos, los inteligentes y los idiotas, los ignorantes y los sabios. Pero estamos todos en las mismas. Eligiendo, así no elijamos, continuar un juego obsoleto que ya tiene fecha de caducidad.
El cambio, no está afuera. Eso pareciera que a veces empezamos a recordarlo.
Pero quizá el asunto es que no hay nada que cambiar allá afuera. Ese afuera se trasforma cuando nuestra percepción es distinta.
Tal vez, la única elección posible, es empezar a ver de nuevas maneras. Dejar las rutas habituales y abrir nuevos caminos en nuestro sistema interior. “El sistema” no es un gran enemigo. “El sistema” es un reflejo de ese sistema humano que somos individualmente.
Y es allí donde tenemos la mayor gobernabilidad.
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