Corren en redes videos que han abierto una discusión acerca de las mujeres tradicionales, “tradwifes” - esposas tradicionales -, las mujeres de verdad.
Después de mi shock inicial, porque de verdad me cuesta creer que la pesadilla de la serie “The Hansmaid´s Tale” esté pasando de la ficción a la realidad, me puse a investigar con un poco más de neutralidad las toneladas de videos y cuentas en el tema y fui a dar con material de todo tipo que va por la misma linea. Mujeres de derecha. Las que respetan la tradición. Femenino verdadero. Las mujeres que no son enemigas de los hombres, que los aman y los cuidan. Las antifeministas. Mujeres entregadas a su familia que aman (demasiado?). Por aquí ya hemos pasado y de aquí surgieron las luchas feministas que obvio han tomado también todo tipo de caminos y que no representan una sola voz.
Pero no estoy para hablar de feminismos. Ni de femenino. Ni de lo que es ser una verdadera mujer. O del valor de la familia tradicional (y las muchas violencias que protagoniza).
Después de sentir una profunda decepción mundial y una desesperanza por el futuro de la humanidad, observé todas esas imágenes, y escuche esa voz que acoge todas esas publicaciones. Al fin y al cabo voy camino a facilitar “El vuelo del Fénix”, un taller que acoge la voz de la sombra. Esa voz que se levanta para informar de algo que no está siendo escuchado.
Entonces jugué a la “tradwife” un rato en mi fantasía. Sentí descanso.
Eso me llevó al último texto que escribí sobre la monetización. Por supuesto entiendo la fantasía de “la mantenida”. Me encantaría a veces sólo preocuparme por las tareas cotidianas, que alguien me enseñara cómo se hacen, paso a paso, y entregarme a esas labores repetitivas pudiendo corroborar que las hice bien, teniendo así una satisfacción inmediata y una posibilidad de éxito así me implique cierto esfuerzo. Un esfuerzo en todo caso mínimo en comparación con mis divagaciones existenciales.
Claro que me encantaría por ratos no tener que preocuparme por nada más que esté fuera de las paredes de mi casa, dedicarme a complacer, que lo sé hacer muy bien, a cambio de que me den todo lo que necesito y no tener que pasar los días pensando en como conseguir dinero. De alguna manera esto resuelve mi queja a fin de cuentas. En apariencia es la solución para los problemas en los que nos metimos con nuestras luchas: recibir un pago por tareas como el cuidado, el amor, el sostén emocional, la entrega, la lealtad.
Y es que además la sumisión tiene su encanto. Hay un gran placer en la entrega absoluta y ceder el control. Algo por lo que se pagan millones en terapia: aprender a soltar el control. No tener que decidir gran cosa. Entregar a alguien las riendas. Ser nadie y fundirse en el flujo de la vida, obedeciendo a una fuerza superior que sabe, que entiende, que quiere lo mejor para uno.
Sí, puedo entender que se defienda eso.
Pero la fantasía, como toda fantasía se acaba. Confundimos la forma con el fondo. Los hombres también quieren eso a veces. Porque eso que confundimos con "valores femeninos", es tan solo una expresión de la existencia. A todos nos hace bien a veces soltar el control, y anhelamos esa sensación de ser mantenidos y sostenidos por algo más. Queremos amar sin reservas, fundirnos en el otro, complacer y hacerle feliz. Queremos quedarnos en nuestro hogar, ese lugar cálido, seguro, en el que nos sentimos a salvo. Queremos navegar en el mundo emocional, y abandonar por un rato mundo de la razón. Dejar las luchas y dedicarnos a amar, y cuidar, y crear belleza. Nutrir, y ser retribuidos por aquello que no es tangible. Entregarnos y saber que todo estará bien tan solo por el hecho de dar amor y cuidado. Todos queremos saber que hay alguien fuerte que puede rescatarnos, abrirnos puertas (reales y simbólicas), y garantizarnos lealtad para toda la vida, y así no tener que preocuparnos cada día por conseguir eso que ha sido tan difícil de conseguir.
Pero eso no lo vamos a conseguir ocupando un rol en la vida.
Esa es la mala noticia. Es ahí donde está el error. Uno que pudimos entender en algún momento de la historia y se nos vuelve a olvidar cuando la crisis se instala y queremos soluciones que nos quiten de encima el dolor y el cansancio. Cuando queremos restablecer algún tipo de orden en el caos, y usamos los referentes que tenemos en la memoria.
Es un error porque NO SÓLO queremos eso. Esa es tan solo una polaridad de nuestro ser persona. Lo queremos cuando nos hace falta. Luego querremos otra cosa. Querremos libertad, y salir al mundo, y tomar decisiones y crear nuevas cosas más allá de lo que dicta la tradición. Porque nuestra naturaleza también es creativa y transformadora. Querremos complacernos a nosotras mismas, y ponernos de primeras y llevar las riendas de nuestra vida sin que nadie más opine al respecto. Querremos aventurarnos a explorar aquello que está fuera del hogar, porque ese es el camino del héroe que toda persona lleva casi que en su ADN y que un día se despierta.
Pero entonces querremos eso y no tendremos dinero, ni habilidades para dirigir nuestra propia vida, ni habremos cultivado un criterio propio, o digamos que si, pero entonces seremos necesarias, porque al final también eso queríamos, ser indispensables, y entonces no nos darán permiso, y nos retendrán de maneras insospechadas, y muchas veces ni cuenta nos daremos de ello porque lo confundiremos con amor, o con deber, o con ideologías que nos inventaremos para contrarrestar aquello de lo que no nos sentimos capaces de afrontar.
La fantasía se distorsiona, empieza la pesadilla. Una que ya conocemos, y sabemos de sobra el final.
Y no es una fantasía exclusiva de “mujeres de verdad”. Miles de hombres han caído en esa red de sumisión, porque ese “masculino de verdad” esta representado en organizaciones, sectas, empresas, y todo tipo de estructuras que proveen seguridad y dirección a cambio de entrega absoluta.
No nos confundamos.
No es cuestión de defender unas ideologías. Ganar el debate nos sirve, en últimas, de poco.
Para mi, ya dejó de ser un asunto de género. Lo masculino y lo femenino no pueden separarse como quien separa una fila escolar de niños y niñas. Así no funciona. Y lo cierto es que no hace falta entenderlo del todo, porque nuestro corazón lo sabe y corazón tenemos todos.
En todo caso, escuchemos con atención y abramos los ojos. Hay trampas en las que ya no es necesario caer. Juguemos, si queremos, representemos papeles, creemos y recreemos escenas, Inventémonos historias, pero a mi juicio, y uso esta palabra a propósito, ya tenemos demasiada información y evolución para regresar a ciertas cosas.
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