MI VUELO DEL FÉNIX
Cada vez que voy hacia el inicio de un grupo que voy a facilitar, pasa por mí ese mismo proceso. Camino al Vuelo del Fénix, Nicolás y yo sentimos en la propia piel ese ciclo de muerte/renacimiento que nos dispone a acompañar a los demás a hacer lo mismo.
Nos vamos sintonizando en eso que somos él y yo aquí y ahora, y van surgiendo de la sombra esos aspectos nuestros que están listos para ser liberados y actualizados. Nacemos una y otra vez a nuestras versiones más vigentes. Vemos con lupa lo que ha quedado por ahí desatendido en nuestras distracciones cotidianas.
No hay escape. Porque en ese momento que decidimos abrir un nuevo grupo, elegimos que no lo haya. Abrimos la puerta de ese sótano para reclamar el tesoro que ha quedado empolvado, en un oscuro rincón y que en cuanto decimos sí de nuevo, se revela con contundencia. Porque ese sí es un mensaje claro: estamos listos para el siguiente nivel que nos plantea la vida. A los dos juntos y también a cada uno en su propio camino.
Estos meses he descubierto el cansancio extremo. El agotamiento que resulta de seguir queriendo sostener algunas formas que ya no tienen que ver conmigo. Veo de frente el miedo que aún queda en mis células, de ser alguien que puede generar rechazo, crítica o incluso ataques directos que me duelen y me representan una amenaza (real o imaginaria) para vivir en paz. Me reconozco aún midiendo las palabras para no parecer demasiado rara. Para no ser exiliada de los sistemas que me dan el trabajo que me “da de comer”. Me aterran las malas interpretaciones que puedan afectar a mis hijas. Señalamientos que se conviertan en un estigma que nos haga perder un lugar o nos reste posibilidades. Veo de nuevo el terror que se activa en mis memorias, de perder vínculos importantes. No ser amada tal y como soy. Memorias que no pueden quitarse solo con ideas racionales, lecturas y podcast que me digan lo contrario.
Solo sé tu mismo. Sé autentica. Sal al mundo a expresar tu voz verdadera. Todos consejos muy nobles pero que no pueden solo seguirse por voluntad propia. Porque lo cierto es que por milenios hemos sido castigados por ser lo que somos. Nos hemos visto forzados a adaptarnos para pertenecer al clan y sobrevivir. Nuestra verdad ha sido una amenaza para el status quo. La autenticidad ha sido severamente penalizada, incluso con la muerte, si no llegara a beneficiar al “bien común”.
Hemos sido condenados, despojadas de la libertad. Manipulados de muchas maneras explicitas y más sutiles, para que NO SEAMOS LO QUE SOMOS. Para que obedezcamos y colaboremos con el juego en marcha. Siguiendo las reglas sin cuestionarlas. Con promesas falsas que nos han mantenido en la ruta de la esperanza de al final de camino obtener el premio para soportar el sufrimiento que nos representa semejante renuncia.
¿Ser yo misma? ¿Qué es eso para empezar?
Porque no es tampoco seguir los impulsos sin restricción, confundiendo eso que soy con una serie de reacciones y defensas que aparecen cada vez que mis heridas duelen y tengo la imperiosa necesidad de protegerme para no morir en el intento.
Eso que soy, está adentro, cubierto de muchas cosas, porque lo he resguardado sabiamente para que nadie lo robe, lo dañe, lo corrompa. Eso que soy, aparece como revelación, si demasiado esfuerzo, cuando abro el espacio seguro para que los velos se corran. No hace falta sanar para descubrirlo. Eso que soy no está enfermo. Solo hay que atravesar esas capas, sin analizar demasiado y reclamar lo que está y siempre ha estado. Cuando eso ocurre, la certeza se instala.
Muero, a esas memorias que ya no sirven. A esa identidad que está pegada a lo que algún día me ayudó a sobrevivir y asegurarme el amor y la pertenencia. Me rindo a ese cansancio de sostener algo que es insostenible ya. Esa versión mía que es incoherente con “la que soy”. Muero y nace una fuerza renovada. Puedo experimentar por mí misma que aunque a veces las memorias de miedo me visiten, puedo liberarlas porque ya no son vigentes. El amor nunca estuvo en juego y tengo en mi la sabiduría y la inteligencia (una nueva inteligencia) para vivir la vida sin estar siempre vigilante.
¿Se transforma mi realidad? Sí. Siempre hay transformación aunque nos neguemos a ello con frecuencia. Pero ahora confío, no en que las cosas van a salir como yo quiero. Confío en que sabré a cada paso cuál es la mejor decisión y qué tendré los recursos para atravesar lo que venga. Nadie puede exiliarme de mi propia existencia. Y mis hijas…No son mías y ellas, siendo eso que ellas son, tienen esa misma sabiduría e inteligencia.
Renazco, y me siento lista de nuevo para acompañar a quienes elijan hacer este viaje hacia su propio corazón.
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