Los músculos se tensan. La respiración se corta. La mente veloz busca rutas de escape. Las lágrimas quieren asomarse. El cuerpo recogerse y mostrarse indefenso, con la esperanza de recibir protección y librarse de aquella situación tan amenazante.
No puedo. Es imposible. Repite una voz incesante.
La realidad se distorsiona. Todo aumenta de volumen. Los sonidos, las voces, los gestos y las miradas.
Paranoia.
En un instante el mundo se convierte en un peligro. Cada persona en un enemigo al asecho. Cada risa en una burla. Cada palabra en un ataque. Todos contra mí, anhelando mi fracaso para engrandecerse. Para sentirse poderosos frente a mi pequeñez y fragilidad. Regocijándose de mi error. Disfrutando el placer inmenso de saberme perdedora. Arrinconada y sin salida. Con el alivio de no estar en mi lugar.
Pánico.
El pánico que viene de tantas memorias mías y ajenas. El miedo metido en el cuerpo que anuncia una muerte.
¿Una muerte?
Una voz más compasiva se ríe con cariño.
-Respira, me susurra. Mira bien en dónde estás.
El aire abre espacio, recuerdo esa ruta que ya conozco, ese camino entre los laberintos de mi mente y los torrentes emocionales. Ya sé navegar esas tormentas. Ya sé apaciguar todos esos impulsos nerviosos que me engañan. Ya sé ir a ese lugar en mi corazón, en donde encuentro silencio y calma.
Algo muere, sí.
La idea que tengo de mí misma.
El “no puedo”, se transforma en un “no has podido, porque no has sabido cómo”. Y está bien.
Aquí y ahora, ya no soy sólo esa niña que por momentos fui. Ni esa adolescente que hizo lo que pudo.
Aquí y ahora, soy ellas y más que ellas. Miro a mi alrededor, con los ojos bien abiertos, y me encuentro con un lugar amable, corazones abiertos y dispuestos. Cuerpos sólidos y manos firmes. Almas sensibles que anhelan mi triunfo. Personas que saben, más que yo, que puedo. Claro que puedo. Porque todos y todas podemos ir mucho más allá de lo que nos han hecho creer.
Y si no puedo, tampoco importa. Porque poder no es lograr un aparente cometido. Poder es estar presente con mi verdad. Y eso, puedo. No sólo puedo.
Quiero.
Hay llamados indiscutibles.
Esta semana pasada fue uno de ellos.
Con miedo, resistencias y timidez decidí participar en un taller intensivo que aparentemente nada tiene que ver conmigo. No con mi personaje habitual en todo caso. Cinco días de danza, teatro y entrenamiento físico, a sabiendas que para mí el escenario es un territorio aterrador, que mis músculos son más bien débiles y mi motricidad y coordinación nunca han sido mi fuerte.
-¿Qué haces aquí?, me pregunté varias veces cada uno de esos días.
Especialmente cada vez que veía el reflejo de mi cuerpo y aparecía el desprecio por la marca del paso de los años, y las formas que ha tomado. Cada vez que me comparaba con los demás. Y sobretodo cada vez que no tenía como camuflarme en el grupo, y todos los ojos posaban sobre mí en esos ejercicios individuales en los que mi poca destreza quedaba completamente desnuda.
Allí, no tenía de dónde agarrarme. Mis conocimientos eran bastante inútiles. Mi mente aguda no me servía para nada. Mi intelecto sobraba. Mis excusas no cabían - por fortuna-.
Podía irme. Claro. Y ese poder irme, me permitió quedarme.
Mi ego agonizante creía que tenía mucho que perder.
¿Cómo podía allí demostrar su importancia? ¿Cómo podía permitirse ser nadie, no saber nada y exponerse a un fracaso tras otro esperando el regaño, la ridiculización, la burla, el señalamiento, la expulsión, la corrección, el: no eres apta para esto?
¿Quién en su sano juicio elige someterse a semejante pesadilla?
¿Quién?
Yo. Un Yo, con mayúsculas, que intuye que todo eso no es más que una ilusión, una fantasía catastrófica que a veces parece más real que la realidad que existe más allá de esas fronteras de una identidad falsa.
Una identidad solidificada por experiencias traumáticas en un mundo que ha olvidado quienes somos en verdad.
¿Cuál es tu verdad?
Esa fue la premisa de este encuentro.
Y nuestra verdad se fue revelando, justamente en esos espacios vacíos en los que no hay nada más que uno mismo. Cuando los apoyos y defensas habituales desaparecen y la presión del tiempo se vuelve aliada, cuando el amor crea un espacio, y el sostén surge de adentro. Cuando no hay control o planeación posible, y solo está uno frente a la radical desnudez del momento.
Entonces una acción verdadera hace su presencia. Bella en su naturaleza, porque no hay nada más bello que la verdad.
El juicio no tiene cabida. Lo que aparece es impredecible. Incontenible. Lo imposible, se hace posible. Las palabras sobran, y un aliento anima cada cuerpo que se rinde a una voluntad incomprensible.
El pánico descansa en esa contundente verdad. El cuerpo no sabe mentir. El espíritu encarnado en el cuerpo, se hace uno con el todo y ama.
Lo ama todo.
La Belleza revela su existencia, aún en la fealdad.
La mente cede su protagonismo. El ego entrega su poder.
Nada puede quedar excluido. Nada es un error.
La muerte danza con la vida y da lugar a nuevos nacimientos.
Gracias Sara, Nicolas y Eduard, por crear ese espacio mágico. Por irradiar su amor, sabiduría y confianza y hacer posibles nuevas realidades.
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