No sé si habrá algo más contraproducente que decirme ¡relájate! cuando estoy tensa y enganchada emocionalmente. Ante esta petición, una oleada de ira me inunda y siento una sobrecarga en todo el sistema nervioso. Mis defensas se activan y entro en modo: Lucha, parálisis, huída o complacencia. Entonces reacciono impulsivamente. Sale de mi una respuesta automática que intenta garantizar mi supervivencia y evitarme el dolor profundo del desamor y el abandono.
Un desaste.
Sobrevivir, sobrevivo. Pero ni me relajo, ni me evito el dolor. La tensión solo aumenta - en mi cuerpo y en la relación con esa otra persona que lanzó esa sugerencia.
Hoy me lo dijeron.
Y ese relájate trajo muchos otros de mi historia. Escenas dolorosas en las que me sentí muy sola, confundida, maltratada, y poco acogida en lo que me estaba pasando. Momentos en los que estuve muy insegura y en los que cuestioné cada palabra pronunciada y revisé una y otra vez cada una de mis acciones para ver en donde había fallado y que podía mejorar para no sentirme así. Que tenía que cambiar para dejar de ser tan rígida, tan problemática, tan susceptible, y tantos otros juicios que aparecieron en mi mente de inmediato.
Pero esta vez este ¡relájate!, después de activar todas estas memorias traumáticas, empezó a flotar en el aire, cuando pude abrir espacio entre esa palabra que venía como flecha, y mi corazón que se preparaba para ponerse una armadura en su defensa.
Con ese espacio de por medio el corazón no necesitó ya de esa coraza, y allí las letras fueron despojándose de la carga que han tenido en mi vida. Esa palabra fue purificándose, revelando algo más esencial. Llegó a mi despacio, y se fue posando con delicadeza. Ahora en lugar de lanza era un sabio recordatorio. Uno que he venido recibiendo de muchas maneras por estos días.
Relaja tu sistema nervioso.
Aquel imperativo, se volvió un dulce susurro que sutilmente me fue guiando: Toma la vía que vienes entrenando. Entra en la cámara secreta del corazón. Siéntante en ese trono del Ser, en donde eres soberana. Respira. Abre espacio. Activa nuevas rutas neuronales. Actualiza la información de tus células y de tu ADN. Libera las viejas programaciones que responden a un paradigma antiguo de supervivencia.
Relájate ——— en la presencia. Reescribe esas experiencias con nuevas experiencias de gozo, placer y plenitud. Ábrete al amor con el que ya estas familiarizada. Báñate en ese néctar y recubre a ese sistema nervioso desgastado y en alerta.
Ámate.
Ama a esa en ti, que se siente tan sensible ante el abuso del poder y el maltrato.
Ama a quienes a través de ti se manifiestan, expresando el dolor de haber permitido el maltrato y el abuso por miedo, y también por amor.
Ama a la que quiere amar con tantas ganas y a la que sigue intentándolo a pesar de tantos dolores.
Ama a la que vuelve a salir de la cueva en la que se escode para sentirse a salvo y a la que tiene la valentía de exponerse nuevamente y mostrarse vulnerable.
Ámala profundamente. Hónrala. Es valiente.
Entonces, ese ¡relájate! cobró un nuevo sentido. La ira se desvaneció y sentí un profundo amor y unas renovadas ganas de escribir y compartir. En otro momento habría cerrado las redes por un mes. Un límite que en su momento me sirvió y también agradezco. Es un recurso disponible, cuando encontrar ese centro se hace muy difícil.
Este entrenamiento ha ocupado mis días con intensidad el último año y medio. Me gusta cuando compruebo que tiene sus frutos. Poco a poco he podido irlo aterrizando para poderlo compartir también.
Abrirnos al amor y ser compasivos, es una práctica cotidiana que requiere disciplina, devoción y valentía. Pero es fácil y estamos en un momento evolutivo de la humanidad en donde todo está disponible para que lo hagamos.
Amémonos.
La Era del sufrimiento y el esfuerzo ha terminado.
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